Ser diseñador gráfico implica vivir en una constante
dualidad que pocos entienden a fondo. Por un lado, existe esa pasión profunda y
genuina por crear, por transformar ideas y emociones en formas visuales que comuniquen
y conecten. Por otro lado, está la realidad muchas veces dura y desafiante de
un mercado que no siempre valora nuestro trabajo, ni reconoce la importancia
cultural, social y económica que tiene el diseño gráfico. Esta tensión entre
pasión y lucha es una experiencia que acompaña a quienes, como yo, estamos
formándonos en esta profesión.
Desde que inicié mi camino en el diseño, he sentido ese
fuego interno que me impulsa a aprender, a mejorar y a innovar, pero también he
experimentado la frustración que genera el poco reconocimiento social y la
precariedad laboral que afecta a tantos colegas, especialmente en contextos
como el boliviano. En Bolivia, donde la cultura del diseño aún está en
desarrollo, enfrentamos una serie de obstáculos estructurales: la ausencia de
leyes específicas que protejan a los diseñadores, la falta de un colegio profesional
fuerte que defienda nuestros derechos y un desconocimiento generalizado sobre
el verdadero valor del diseño gráfico en la sociedad y en la economía.
Esta realidad, aunque complicada, también abre una ventana
para la construcción de comunidad y para el fortalecimiento de nuestra
identidad profesional. Más allá de la técnica y la creatividad, ser diseñador
gráfico implica asumir un rol cultural y social muy importante: somos
narradores visuales que cuentan historias, agentes de cambio que pueden influir
en la percepción y las actitudes de las personas, y promotores de valores que
contribuyen a la construcción de sociedades más conscientes e inclusivas.
Personalmente, sueño con un futuro en el que la sociedad
entienda que el diseño gráfico no es un lujo ni un simple “adorno” o
“decoración”, sino una inversión estratégica fundamental. El diseño puede
impulsar negocios, educar a la población, preservar y difundir la cultura, y
ser una herramienta clave para la innovación social. Espero que los diseñadores
podamos exigir, con la seguridad y el respaldo necesarios, salarios justos,
condiciones laborales dignas y el reconocimiento profesional que merecemos, sin
que esto siga siendo una utopía o un ideal lejano.
Para alcanzar este cambio, creo firmemente que debemos ser
activos, no solo en nuestro trabajo diario, sino también en la construcción de
redes sólidas que nos apoyen mutuamente, en la difusión constante de nuestro
trabajo para que más personas conozcan su impacto real, y en la educación
continua para estar siempre preparados frente a las nuevas demandas y
tecnologías. Eso sí, sin perder nunca la pasión que nos llevó a elegir esta
carrera: el diseño gráfico es, y seguirá siendo, una poderosa herramienta para
cambiar el mundo, pero para lograrlo primero debemos creer plenamente en su
valor y en nuestra capacidad para transformar realidades.
— Por Desirée, inspirada por el artículo “¿Diseño gráfico?
Opinión personal” publicado en Steemit.

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