A veces abro Illustrator y ya estoy cansada antes de empezar. No por el trabajo en sí, sino por todo lo que me rodea. Las notificaciones no paran. Hay como quince pestañas abiertas que prometí revisar “en cinco minutos”. La música de fondo ya no inspira y solo llena. Y mi escritorio ni qué decir. Entre tantos estímulos, a veces lo más difícil es escucharme.
Queremos diseñar con claridad, pero lo intentamos desde el ruido. Pensar, componer, decidir, todo se vuelve más difícil cuando el entorno grita. Y no siempre nos damos cuenta, pero ese ruido se mete en lo que hacemos. Las decisiones se apuran, las ideas se enredan, los colores se atropellan. Terminamos diseñando desde el cansancio.
Con el tiempo, empecé a entender que el espacio donde diseño también diseña conmigo. Que cuando hay menos ruido afuera, puedo oír mejor lo que pasa adentro. Y que el silencio visual (sobre todo ese que está vacío) ayuda, y mucho. No se trata de tener un estudio perfecto con paredes blancas y plantas bien puestas. Se trata de crear un entorno que no me pida atención todo el tiempo. Que me deje pensar, probar, errar. Respirar.
Porque a veces, cuando todo está más en calma, aparece eso que estaba escondido: una palabra que encaja, un trazo que tiene sentido, un color que por fin se siente bien. Y no porque haya una fórmula mágica, sino porque por fin hay espacio para escuchar.
Diseñar, cuando el entorno acompaña, se vuelve más claro. Más honesto. No siempre más fácil, pero sí más consciente. Y quizá eso ya sea suficiente.
Comentarios
Publicar un comentario