A veces, en diseño hablamos mucho de conceptos, branding, tendencias… pero pocas veces nos detenemos a pensar en para qué diseñamos realmente. ¿Qué pasa cuando el diseño deja de ser solo una herramienta comercial y se convierte en una forma de conectar con otros? De cambiar realidades. De dar voz a quienes casi nunca se escucha.
En Bolivia, hay una artista y diseñadora que me hizo pensar mucho en eso: Alejandra Dorado. Capaz muchos la conocen por sus instalaciones o por sus obras con enfoque político y social, pero yo me quedé enganchada con uno de sus proyectos más bonitos: “La Caja Verde”, un espacio donde trabajó con niños y jóvenes con discapacidad visual, integrándolos al arte y al diseño.
Y no fue solo una actividad simbólica. Los chicos creaban de verdad. Tocaban, dibujaban, sentían. Participaban desde su perspectiva, con lo que podían y con lo que sabían. El objetivo no era enseñarles a “ser artistas” como los demás, sino darles un espacio donde su forma de percibir el mundo también tuviera valor. Donde el diseño se adapte a ellos, y no al revés.
Eso me hizo cuestionar muchas cosas. Como estudiantes de diseño, estamos acostumbrados a pensar en "target", en estética, en funcionalidad… pero ¿realmente pensamos en todos los usuarios? ¿Qué tanto diseñamos para incluir? ¿Qué tanto nos importa que alguien con una discapacidad pueda disfrutar, entender o incluso participar del diseño?
La inclusión en el diseño no es solo hacer algo “bonito” para que alguien lo vea. Es crear productos, espacios o experiencias que funcionen para todos, sin importar sus capacidades físicas o sensoriales. Esto implica repensar colores, formas, tipografías, sonidos, texturas, e incluso la forma en que la información se presenta. Porque lo que es accesible para uno, puede no serlo para otro.
En ese sentido, el trabajo de Alejandra y su equipo es fundamental, porque no solo les ofrecen un espacio para expresarse, sino que también promueven la creación de un diseño que considere esas diferencias como algo natural. Además, estos procesos permiten que los niños con discapacidad no sean solo “receptores” de un diseño adaptado, sino que sean diseñadores activos, con ideas y propuestas propias.
En el ámbito académico y profesional existen estudios que avalan la importancia del diseño inclusivo. Por ejemplo, la Universidad Autónoma Metropolitana ha publicado trabajos que destacan cómo el diseño puede eliminar barreras y facilitar la comunicación para personas con diferentes capacidades. Estos papers señalan que cuando diseñamos pensando en la inclusión, no solo ayudamos a personas con discapacidad, sino que también generamos soluciones más creativas, funcionales y humanas para todos.
Pero ver a alguien hacerlo en la vida real, acá en Bolivia, me hizo verlo todo con otros ojos. Me hizo entender que el diseño no es solo algo estético o comercial, sino que puede ser una herramienta de cambio social. Que podemos diseñar para incluir, para dar voz, para transformar. Y que el diseño que no piensa en todos, en realidad está dejando fuera a muchas personas.
Más allá de lo técnico, trabajar con niños discapacitados también nos enseña como diseñadores a ser más empáticos y a cuestionar lo que damos por sentado. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort, a buscar nuevas formas de comunicar y a descubrir que el proceso creativo puede ser tan diverso como las personas mismas.
Creo que, como futuros diseñadores, tenemos una responsabilidad grande. No solo de crear cosas bonitas o funcionales, sino de crear cosas que tengan un impacto positivo. Que puedan mejorar vidas, aunque sea un poco. Que sirvan para que más personas puedan disfrutar, participar y sentirse parte.
Por eso, iniciativas como las de Alejandra Dorado me inspiran mucho. Me recuerdan que el diseño puede ser un acto de ternura, de justicia, y sobre todo, de humanidad. Y que nuestra labor no termina en una entrega bonita, sino que muchas veces empieza cuando dejamos de mirar solo la pantalla y empezamos a mirar alrededor.
Escrito por: Celeste Salazar
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