Inspirado en Donald Norman y Paul B. Preciado
El diseño, aunque se lo piense desde lo visual, siempre ha estado profundamente ligado al cuerpo. Desde una silla hasta una app, todo se diseña para que alguien lo use, lo toque, lo mire, lo cargue o lo camine. El cuerpo es el receptor constante del diseño. Pero también es mucho más que eso: es su territorio.
Donald Norman, en “La psicología de los objetos cotidianos”, insiste en la importancia del diseño centrado en el usuario:
“Los buenos diseños hacen que las cosas sean comprensibles y utilizables; los malos diseños pueden causar errores, accidentes e incluso muertes.”
Esto pone en evidencia que el cuerpo no solo es pasivo: responde, reacciona, se adapta o se rebela frente al diseño. Una mala interfaz no solo frustra: altera la experiencia corporal.
Paul B. Preciado, por otro lado, plantea en “Manifiesto contrasexual” y otros textos, que el cuerpo es un territorio político y tecnológico. El diseño también es herramienta para normar o subvertir ese cuerpo. Los objetos, la moda, los espacios y las interfaces comunican ideas sobre lo que debe ser un cuerpo: productivo, estético, ágil, normado.

“El cuerpo es una tecnología viva y política.”
Si entendemos que el diseño forma parte de esa tecnología, entonces diseñar es intervenir el cuerpo, moldear su experiencia, permitir o restringir movimientos, sensaciones, deseos.
Desde la ropa hasta las herramientas de trabajo, desde los muebles hasta las políticas de accesibilidad: todo diseño tiene consecuencias físicas y simbólicas sobre los cuerpos que lo habitan. No hay neutralidad en la forma de una silla ni en el tamaño de una tipografía. Todo comunica qué cuerpos están invitados a participar y cuáles no.
Diseñar con conciencia corporal implica cuestionar normas: ¿Para quién estamos diseñando? ¿Quién queda fuera? ¿Qué cuerpos estamos ignorando o violentando sin darnos cuenta?
El diseño gráfico también puede pensar el cuerpo: en los ritmos de lectura, en los tamaños de pantalla, en la duración del estímulo. Pero más aún, puede ponerse al servicio de mensajes que devuelvan agencia al cuerpo como espacio de diversidad, de deseo y de posibilidad.
Diseñar desde el cuerpo no es reducirlo a ergonomía, sino reconocerlo como interlocutor. Es entender que cada decisión gráfica impacta en lo que alguien siente, en cómo lo percibe, en qué tan cómodo, libre o válido se siente frente al mundo.
Escrito por Laura Bustos.
a.k.a. Trescientos

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