Vivimos en una era donde el diseño gráfico ha comenzado a operar como un estimulante. Estilos como el famoso estilo dopamina caracterizados por colores vibrantes, contrastes exagerados, ilustraciones amigables y tipografías juguetonas, buscan generar una reacción positiva instantánea en el espectador. Tal como un dulce visual, estos diseños están hechos para provocar un pequeño pico de dopamina, el cual es el neurotransmisor del placer.
Pero, ¿qué sucede cuando el diseño se convierte únicamente en eso? Un disparador de placer sin contenido.
El estilo dopamina apela a lo sensorial más inmediato, a lo que llama la atención por unos segundos, a lo que interrumpe el scroll. Es un estilo que actúa perfecto cuando no hay tiempo para pausas ni interpretaciónprofunda. Y actualmente en ese apuro por gratificar al ojo, se sacrifica activamente la función, el mensaje, el concepto; priorizando el desempeño que pueda tener en redes sociales.
Si embargo, este fenómeno tiene implicancias neuropsicológicas profundas. La dopamina se libera en el cerebro en situaciones de recompensa y expectativa, idealmente. Desde la neurociencia, sabemos que el cerebro libera dopamina cuando experimentamos placer inmediato o gratificación visual intensa. Las redes sociales, como espacios de estimulación constante, se convierten en el terreno ideal para que el diseño se vuelva un gatillo para esta.
Colores neón, texturas granuladas, fuentes enormes o deformadas, composiciones “ruidosas”, elementos nostálgicos o hiperestéticos: todos estos recursos están diseñados para disparar sensaciones. Y si bien esta es una de las funciones principales del diseño, el ojo colectivo se está sobresaturando por generar una respuesta rápida. Este estilo se logró posicionar como un lenguaje dominante gracias a estos motivos.
Ahora que sabemos que ciertos diseños solo buscan generar una respuesta emocional casi adictiva, hablemos de la cadena neurológica que esto genera.
El riesgo de esta lógica es que el diseño se vuelva desechable, como un caramelo que se disuelve rápido en la boca.
La estética se vuelve adictiva, pero superficial. Se responde a una necesidad efímera y emocional, en vez de a una problemática real o a un contexto más amplio. Es diseño que gusta, pero que no deja huella.
El problema no es solo estético: es estructural. Este tipo de diseño genera placer, pero también hábito. Al igual que con cualquier estímulo similar, cuanto más lo consumimos, más lo necesitamos. Esto puede llevar a un ciclo inconsciente donde tanto creadores como espectadores esperan siempre más impacto, más estímulo, más “wow”. Pero en ese proceso, el mensaje se vuelve secundario, y el diseño se vacía de contenido.
Además, este estilo impulsa una cultura del rendimiento estético que cansa. Diseñar con estas reglas se vuelve agotador porque se convierte en una carrera constante por impresionar. Y lo más grave: hace que todo lo que no responde a esa estética parezca insuficiente, aburrido, repetitivo o fuera de lugar.
Volver al diseño con propósito no es rechazar lo visualmente intenso, sino cuestionar por qué lo usamos. ¿Queremos comunicar algo real o solo provocar una reacción inmediata para ganar un like? ¿Estamos diseñando para personas o para el algoritmo?
Como diseñadores, tenemos la responsabilidad de preguntarnos: ¿a quién sirve nuestro diseño? ¿Al cliente, al algoritmo, a la emoción momentánea… o al mensaje que queremos transmitir? Este estilo no es puramentenegativo; puede ser una herramienta potente si está al servicio de una idea clara. Pero cuando se convierte en un fin en sí mismo, nos enfrentamos a una estética que, en lugar de comunicar, simplemente estimula.
El diseño debe poder resistir la velocidad del scroll y sobrevivir al tiempo. Diseñar no debería ser una competencia por ver quién impacta más rápido, sino por quién permanece más tiempo en la memoria del otro. Solo así puede dejar de ser una droga visual de consumo exprés para volver a ser una herramienta de conexión y pensamiento autentico.
En un entorno saturado de estímulos, quizás el verdadero acto revolucionario sea diseñar algo que invite a sentir… pero también a pensar.
Escrito por Laura Bustos.
a.k.a. Trescientos
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