Hace unos días, mientras buscaba inspiración para un proyecto que no terminaba de fluir, encontré un artículo de La Tapadera titulado “Diseño gráfico y los sueños, ¿qué relación existe?”. El texto proponía algo que, aunque no nuevo, pocas veces se aborda de manera seria dentro de nuestro campo: el poder de los sueños como catalizadores de ideas creativas. Mencionaban cómo figuras históricas como Dalí, Buñuel e incluso Einstein encontraron respuestas o imágenes revolucionarias en sus sueños. Me sentí inmediatamente identificada.
Sin embargo, mientras lo leía, una idea comenzó a crecer en mi cabeza: ¿y si no solo se tratara de soñar? ¿Y si se tratara de ser consciente dentro del sueño? De usarlo a voluntad, como una herramienta más dentro del proceso creativo. Porque eso es lo que me pasa con los sueños lúcidos.
Desde hace años, tengo sueños lúcidos con frecuencia. No siempre los provoco, pero cuando suceden, los reconozco como un territorio fértil, donde la imaginación no solo vuela, sino que obedece. En ese estado, sé que estoy soñando. Puedo decidir hacia dónde ir, qué ver, qué cambiar. Puedo diseñar sin limitaciones físicas, sin presupuestos, sin aprobaciones. Y lo más impactante: puedo crear cosas que despierta nunca habría imaginado.
He visto en mis sueños paisajes imposibles, objetos flotantes con funciones que aún no existen, incluso sentimientos que no sé cómo describir. Pero lo que más me conmueve son las melodías. De la nada, empiezan a sonar canciones. Únicas, perfectas, misteriosas. Melodías que jamás escuché antes, pero que suenan con una claridad y una emoción que me atraviesan el pecho. Me despierto sabiendo que esa música no está en el mundo real, pero la sentí. La viví. Y eso me alimenta el alma.
Creo que ese es un tipo de inspiración que va más allá de las referencias de Pinterest o las tendencias del momento. Es un contacto directo con lo que somos por dentro, con esa parte de nosotros que no necesita justificar por qué algo es bello o por qué algo funciona. En los sueños lúcidos, no hay bocetos. Hay visiones. No hay grids ni sistemas. Hay emociones en estado puro. Y quizás ahí esté la clave de por qué creo tanto en ellos como parte de mi proceso creativo.
El artículo de La Tapadera acierta al plantear la relación entre los sueños y la creatividad, pero me gustaría ir un paso más allá. No se trata solo de dejarse inspirar por lo que soñamos. Se trata de cultivar esa práctica. De entrenar la conciencia para estar presente también en el inconsciente. Porque si logramos estar despiertos dentro del sueño, podemos explorar posibilidades infinitas, conceptos nunca vistos, soluciones visuales que escapan a la lógica cotidiana. Es, en cierto sentido, diseñar sin cuerpo, sin límites. Solo con alma.
Y diseñar con alma, para mí, lo es todo.
Cuando uno diseña desde ese lugar, las decisiones dejan de ser únicamente racionales. Tipografías, colores, formas, composiciones… todo se siente más intuitivo, más fluido, más verdadero. Como si ya lo hubieras visto antes, como si solo estuvieras recordando algo que soñaste alguna vez. Porque tal vez, sí lo soñaste.
Así que sí, los sueños pueden ser una fuente de ideas. Pero los sueños lúcidos pueden ser una forma de diseñar. Un terreno donde la creatividad se vuelve libre, honesta y profundamente conectada con quienes somos. Y eso, al menos para mí, hace toda la diferencia.
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